Los antiguos observando este procedimiento imaginaron que el ave se lastimase a sí misma para alimentar los pequeños pelícanos hambrientos, transformándola en símbolo del altruismo llevado hasta el sacrificio completo de sí mismo.
Eusebio (+340) en el comentario al Salmo 101 (en el versículo 7 se habla de un pájaro que podría ser un pelícano), presenta del siguiente modo la característica peculiar de este animal: mientras la serpiente, dice, mata a las propias crías, el pelicano se levanta sobre el nido y se lastima el pecho hasta sangrar, haciendo caer la sangre sobre los pajaritos muertos que de esta manera vuelven a la vida.
San Agustín (+430) desarrolla más o menos el mismo discurso a propósito del texto. Este modo de explicar la beatitud del pelicano lo habría podido transformar de emblema moral universalmente reconocido, a un símbolo de la resurrección.
El primer significado era demasiado conocido, los cristianos lo dejaron de lado por varios siglos. Es solo en el siglo XIII que aparece de nuevo sobre algún vitral, simbolizando Cristo que derrama la propia sangre para la salvación del mundo.
A causa de la interpretación de los Padres de la Iglesia, enseguida es asociada al ave fénix, con lo cual se llegó a confundirlas sosteniendo que también este tenía el poder de resurgir de las propias cenizas.
Sobre todo, al final del siglo XVII y a los inicios del siglo XIX, el pelicano se retoma como signo de la dedicación de los padres hacia los hijos y se toma como símbolo de la muerte de Cristo. De esta época conservamos una gran cantidad de pinturas, esculturas y vitrales inspirados en la vieja historia, esforzándose por dar una interpretación cristiana.