Vía Crucis
Introducción.-
El Vía Crucis es actualizar el camino de Jesús hacia la cruz. Es acompañar a tantos crucificados por las injusticias de nuestra sociedad. Es intentar comprender el valor del dolor y el sufrimiento cuando se aceptan y viven desde el amor entregado. Es apreciar y valorar el sacrificio de tantos esforzados por construir un mundo más justo, víctimas de los abusos del poder, de la riqueza o el prestigio de unos pocos. Es solidarizarse con las necesidades de los hermanos marginados y desfavorecidos, y comprometerse en la lucha por un mundo más humano y fraternal; a riesgo de perder el prestigio, las posesiones, incluso, la vida. Es cargar con la cruz y seguir a Jesús.
Es luchar contra el pecado y la maldad y sufrir sus consecuencias.
Iniciamos nuestro Vía Crucis presentando al Señor crucificado a todos los que aguantan el peso del dolor y sufren la pasión en su propia carne.
1ª Estación.- Jesús ora en Getsemaní
El huerto de los olivos es el preludio de la pasión. Es el momento de la tristeza, del miedo ante el sufrimiento y la muerte. Es la hora más débil, porque el dolor desgarra el corazón y oscurece la fe. Y surge el grito desesperado y la rebelión contra Dios, contra los hombres y contra uno mismo. Las lágrimas y el mal genio empañan y desfiguran el sentido salvador de esa muerte, entregada por el bien de los hermanos. Y ante el horror, como cualquier ser humano, Jesús pide auxilio: “Padre, aparta de mí este sufrimiento”.
Pero, de inmediato, surge su conciencia de hijo, asume su responsabilidad y confía plenamente en el Padre: “pero no se realice lo que yo pido, sino lo que Tú quieras”.
Jesús supera la prueba, la tentación de abandonar y salir corriendo, en la confianza y la obediencia a la voluntad de Dios. En los momentos de dificultad, la oración fortalece el espíritu; porque Dios calla, pero no abandona, sencillamente escucha y acompaña.
2ª Estación.- Jesús, traicionado por Judas, es arrestado
La traición siempre es dolorosa e incomprensible: ¿por qué fallan los amigos? ¿qué motivos tienen para aprovecharse de la confianza y del cariño recibido? ¿por qué devolver mal, si se recibe bien? Nos sorprenden las traiciones, pero hay muchas.
Seguramente se dan porque sólo se piensa en uno mismo, en los propios intereses. Porque nos dejamos arrastrar por el vil egoísmo, la avaricia, el dinero, el propio bienestar. Porque pensamos que los amigos están para apoyar nuestros proyectos, para servir a nuestras ambiciones, para conseguir y sostener nuestra conquista del poder, del tener o de la fama. Y cuando no nos sirven de plataforma para mantener nuestro bienestar los arrinconamos, los tiramos a la calle y traicionamos su fidelidad.
¡Qué ansia de servirnos de los amigos, de tener “enchufe” en cualquier sitio!
Jesús cargó con las consecuencias, fue arroyado a la basura por un amigo al que ya no servía en sus pretensiones. Jesús sufrió la deslealtad, la infidelidad, la utilización de uno de los suyos. Pero supo aceptarla y perdonarle, porque “el hijo de Dios no ha venido a condenar, sino a salvar lo que está perdido” Aprendamos de Jesús, y pidamos al Señor que perdone nuestras infidelidades, y nos ayude a perdonar las traiciones de los demás.
3ª Estación.- Jesús es condenado por el Sanedrín
Los gobernantes y poderosos se han erigido en dueños y jueces de los demás. Jesús sufre la injusticia de aquellos que se creen buenos y capaces de juzgar a los otros, siempre desde su punto de vista y manteniendo sus propios intereses. El afán de poder, el egoísmo de tener más, la fama del ‘quedar bien’ nos hacen mirar a los otros por ‘encima del hombro’. Creemos que la verdad, o la mentira disfrazada, es nuestra propiedad exclusiva, y por tanto, juzgamos y condenamos a los que no son, no piensan o no hacen lo que nosotros, e incluso, lo justificamos como nuestra aportación al bien común. ¡Hipócritas! Pretendemos usurpar el puesto de Dios, y nos creemos dueños y señores de los demás (“conviene que muera uno por el bien de todos”).
No caemos en la cuenta que es la injusticia y el pecado el que habita en nuestro corazón.
Hagamos un acto de arrepentimiento, y procuremos ser pacientes y comprensivos ante las palabras, los hechos y la vida de los demás. Por tanto, “no juzguéis y no seréis juzgados, pues la medida que uséis, la usarán con vosotros”
4ª Estación.- Jesús es negado por Pedro
A pesar que Jesús le había advertido, a pesar de que le invitó a rezar para evitar la tentación, a pesar de ser un amigo íntimo, Pedro negó a Jesús y juró por tres veces que no lo conocía. La debilidad y el miedo a sufrir, como su Maestro, le hicieron dar marcha atrás. Ante las preguntas que comprometen su vida, abandona a su amigo. Ante los problemas, elige la solución más fácil: la huida cobarde. Sólo piensa en sí mismo, y olvida las necesidades del amigo. “¡yo a lo mío, y que se apañe como pueda!”
Pero ¡qué suerte tuvo Pedro! Se encontró con los ojos de Jesús y no fue capaz de aguantar su mirada. Cayó en la cuenta de su error y, con los ojos entristecidos por el pecado cometido, se arrepintió y lloró amargamente. La mirada de Jesús le trasmitió el perdón y la comprensión, y le hizo recuperar la amistad y el compromiso. Desde entonces, Pedro será fiel al Señor y se convertirá en la roca firme.
Dios conoce nuestro corazón y comprende nuestra debilidad; por eso espera y perdona: “¡hay gran alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente!” “hijo, tus pecados están perdonados”. Señor Jesús, míranos con tus ojos misericordiosos, y haz que, tras llorar nuestros pecados y negaciones, renovemos nuestra fidelidad de amigos.
5ª Estación.- Jesús es juzgado por Pilato
Parece ser que Pilato estaba convencido de la inocencia de Jesús, y pensaba dejarlo en libertad; pero no quiere comprometerse, y se deja llevar por los comentarios; tiene miedo de quedar mal ante la gente, y elude su responsabilidad. La condena de Jesús es consecuencia de la indiferencia de Pilato y de todos los de su calaña.
El inocente, como muchos inocentes, el servidor de los demás, como tantas buenas personas, es abandonado, despreciado y condenado como un malhechor, como tantas victimas de la indiferencia de los poderosos. ¿Es esa la manera de premiar la entrega y el bien-hacer de Jesús? ¿Será esa la recompensa de todos los que trabajan por el bien común? ¡Triste y penosa forma de comportamiento! ¡Injusta manera de proceder! Y sin embargo, con que normalidad la apreciamos en nuestro mundo: nos acostumbramos a las injusticias, y abogamos por la agresividad y la violencia, e incluso nos aprovechamos del débil y disfrutamos con el mal ajeno, y condenamos al otro, sencillamente porque es diferente. Aunque, eso sí, procuramos ‘lavarnos las manos’ para dejar bien ‘limpia’ nuestra malograda reputación. ¿Nos estaremos convirtiendo en ‘sepulcros blanqueados’? Señor, ayúdanos a borrar de nuestro corazón la huella de Pilato; que seamos prudentes a la hora de tratar a los demás, que no juzguemos precipitadamente o por intereses partidistas, y que no condenemos por complacer o ‘quedar bien’ ante la gente. Haz que valoremos la justicia y vivamos la caridad.
6ª Estación.- Jesús es azotado y coronado de espinas
Pilato, arrogante y prepotente depredador, convierte a Jesús en guiñapo, en atracción de feria. Será la ‘diana’ que reciba los ‘dardos’ envenenados por el hastío y la ira de los violentos soldados. La indiferencia y frialdad ante la violación de los derechos del hombre, el desprecio por la dignidad humana se manifiestan en la vorágine contra Jesús: los soldados se burlan de él con ultrajes, bofetadas, insultos y salivazos. Así, el sufrimiento de Jesús, como tantos otros, se convierte en diversión y espectáculo de aquellos ociosos soldados, instrumentos de la barbarie del hombre.
¡Qué fácil resulta aprovecharse del pobre, del débil, del indefenso!. ¡Qué insana satisfacción machacar al desvalido!. Del pobre todos sacan beneficio. Pero, que gran pecado insultar, menospreciar y pisotear a los predilectos de Dios: ‘¡Ay de aquellos que escandalizan y se aprovechan de uno de estos mis pequeñuelos!’
Al igual que los soldados, también nosotros azotamos y ultrajamos a Jesús. Cada vez que nos burlamos, criticamos, marginamos, despreciamos y explotamos a los más indefensos, estamos actualizando su escarnio. Pero, ¡Cuidado!, porque ‘cada cosa que hagáis a uno de estos mis humildes hermanos, a mí lo hacéis’, dice el Señor.
¡Ojalá que el hombre no se convierta en lobo para el hombre!
7ª Estación.- Jesús carga con la cruz
Jesús acoge la cruz, abraza el signo de la ignominia. Aún siendo inocente, carga sobre sus espaldas el dolor y los sufrimientos de tantos como padecen. Se solidariza con las penalidades y la dureza que entraña la vida misma. Acoge la cruz para mostrar el rostro amoroso de Dios y para demostrar la radicalidad de su amor. Sufre el peso de la cruz para perdonar el pecado y para ofrecer la salvación. Da la vida por nosotros para que nosotros demos la vida por los otros: “amaos unos a otros como yo os he amado”.
Su seguimiento invita a afrontar las cruces que nos depara la vida: la enfermedad, el fracaso, la soledad, los accidentes, el paro, la incomprensión, las críticas, las traiciones e infidelidades, los problemas familiares y sociales, la droga, la violencia, la lacra del terrorismo, … Ninguna cruz es buena, ningún sufrimiento es deseable. Pero, si sabemos acogerlas, si el Señor nos acompaña, si las compartimos y nos ayudamos; esas cruces pueden convertirse en fuente de salvación y de gracia: ‘sufro en mis carnes lo que falta a la cruz de Cristo’, decía san Pablo. Pues la tragedia del ‘grano de trigo’ triturado y convertido en harina, haya su plenitud en ‘el pan amasado’ para ser partido y compartido con los hermanos. La alegría del amigo, bien merece el esfuerzo realizado.
Perdónanos, Señor, porque evadimos nuestra responsabilidad y ‘escurrimos el bulto’ ante la cruz de los hermanos.
Concédenos tu Espíritu de lucha para afrontar las cruces de nuestro mundo.
8ª Estación.- Jesús es ayudado por el Cireneo
A pesar de la indiferencia de muchos o la huida cobarde de algunos, en el camino del sufrimiento surge la ayuda, la colaboración en compartir el peso de la cruz. Esa solidaridad efectiva no siempre es fruto de la propia decisión, del libre compromiso, a veces necesita el empuje de la obligación, la fuerza de la imposición; quizás, porque a ayudar también se aprende. No importa el motivo, la justificación, la causa que inicia el proceso de compartir las penalidades del otro. La solidaridad busca la finalidad de la liberación ajena por el esfuerzo propio. El ‘arrimar el hombro’ es signo de la comunión entre Dios y los hombres: Dios necesita la colaboración humana. Su plan de salvación depende de nuestro compromiso por realizarlo: ¡Desecha al dios servidor de tus deseos y aviva tu espíritu de disponibilidad!: “Aquí estoy, Señor, que quieres que haga”. Seguro que nuestra buena voluntad nos ha llevado a sentir deseos de convertirnos en cirineos:¡Qué satisfacción ayudar al Señor, aunque sea a regaña-dientes! ¡Ánimo! Amigos, esa posibilidad se nos ofrece a diario: ¡Hay tantos necesitados en el mundo que buscan un cireneo! Procuremos compartir sus cruces.
9ª Estación.- Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén
El llanto de estas mujeres es signo de pena y de compasión, de solidaridad con el sufrimiento de Jesús, y se convierte en grito de protesta contra la injusticia que lo causa. Sus lágrimas son el lado amable y tierno de la tragedia. Ellas no ayudan materialmente a Jesús, pero alivian su espíritu; no le quitan la cruz, pero comparten su dolor. Porque no sólo se ayuda con las manos y los hombros, también se aligera la carga con la cercanía del corazón. Jesús así lo supo apreciar y valorar; y, por eso, se detiene, las mira y les habla. Pero no sólo les agradece su solidaridad, sino que, olvidándose de su dolor, se preocupa por la realidad de ellas y de sus hijos. Porque, incluso, el camino de la cruz es momento para evangelizar, para anunciar la Buena Noticia a los pobres, para consolar a los que lloran. Jesús aprovecha cualquier ocasión para aliviar la congoja de los demás: “y sintió lastima de ellos porque estaban como ovejas sin pastor”
Dejémonos traspasar por la misericordia y la compasión de Jesús, y abramos el corazón a la solidaridad y al consuelo de los necesitados. Elevemos nuestro agradecimiento al Señor porque derrama su amor y su perdón. Y lloremos, no de pena, sino por nuestros pecados.
10ª Estación.- Jesús es crucificado
Se completa su camino de humillación: el Hijo de Dios se despojó de su rango de gloria para hacerse uno de tantos, y, ahora, el hombre le arranca hasta lo poco que cubre su desnudez, arrojándolo a la más absoluta pobreza. Y esto, se repite y se repite, cada vez que se despoja a una persona de sus bienes, de su dignidad o de sus derechos.
Y después del despojo y la humillación, viene la plenitud del dolor: la crucifixión.
Jesús, desnudo y herido de cuerpo y alma, es ‘cosido’ al madero de la cruz: su cuerpo es devorado por la tensión, los calambres y el constante ahogo; su rostro pierde todo parecido humano para convertirse en un grito desgarrado que se rebela ante tan dramática situación. Su corazón es destrozado por el desprecio, el abandono y la soledad; su alma, partida por tanta crueldad, se entristece ante la oscuridad de la muerte. Y, sin embargo, entre esos gritos de sufrimiento, se aprecia un suave susurro, se balbucean unas palabras, se eleva al cielo una confiada oración, que surge de lo profundo de su ser: “Padre, padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”. Jesús lleva a sus ultimas consecuencias la radicalidad del Amor: “Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen”. Perdónanos, Señor, porque nuestro perdón es pobre y raquítico, y nuestro amor se limita sólo a los que nos aprecian.
11ª Estación.- Jesús promete su reino al buen ladrón
Todos insultan y se burlan de Jesús crucificado, incluso uno que le acompaña en el mismo suplicio. Su insulto es un grito desesperado por buscar una solución a su dolor: “Si eres el Hijo de Dios, baja y sálvanos”. Uno y otros buscamos a alguien que nos proporcione aquello que deseamos, y gritamos: ‘ayúdanos, Señor, y creeremos en ti’, ‘danos esto o aquello, y cumpliremos contigo’, ‘Tú nos concedes lo que te pedimos, y nosotros te prometemos hacer…’ La fe se vuelve condición, e incluso amenaza ; búsqueda de asegurar nuestro bienestar, remedio a nuestra cobardía, afán por instalarnos, compra-venta de favores: queremos creer en un dios al servicio de nuestros intereses. Esta fe está muerta, es nuestro egoísmo enmascarado de piedad y devociones. Sin embargo, la crudeza de la cruz también hace reconocer la verdad, nuestra realidad humana, limitada y pecadora: “Nosotros estamos aquí en justicia porque recibimos lo que merecen nuestras fechorías”, y hace caer en la cuenta de las injusticias, reinantes en el mundo, que oprimen a los inocentes, y hacen pagar a los justos la culpa de los pecadores: “éste no ha hecho nada malo” Y ese reconocimiento suscita la entrega confiada: “Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino”. La bondad del ladrón está en el arrepentimiento de sus pecados, y en su confesión de Jesús como el Salvador.
¡No te inquietes, buen ladrón! ¡No os preocupéis, pecadores! En la cruz de Jesús se derrama la misericordia entrañable de Dios-Padre: “No necesitan médico los sanos sino los enfermos…porque no he venido a invitar a los justos sino a los pecadores”
12ª Estación.- Jesús en la cruz, su Madre y el Discípulo
Aquella disponibilidad inicial de María: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”, es total y absoluta, sin condiciones: Su apertura al plan salvador de Dios le hace permanecer fiel hasta el final: ver morir a su hijo en la cruz; y le permite renovar, en el mismo sufrimiento, su obediencia a la voluntad de Dios, por oscura y misteriosa que parezca. El sacrificio y la muerte de su hijo será para ella, lejos de la amargura y desesperación, de la angustia y la desolación, motivo e inicio de una nueva misión: ser madre del discípulo y de todos los creyentes. La cruz de Jesús son los ‘dolores de parto’ de María. Al pie de la cruz, María ‘da a luz’ a la nueva humanidad. Y, nosotros, con el discípulo, miembros de la Nueva Familia, acogemos en casa a María: imitando su disponibilidad, obediencia y entrega confiada a la voluntad de Dios, incluso en medio de los sufrimientos. Porque “mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen”, dice el Señor.
Ser madre es desvivirse por los hijos. Y ser hijo es aprender los sentimientos y comportamientos de la madre. Santa María, Madre de Jesús crucificado, ruega por nosotros, y acompáñanos en el camino de la cruz.
13ª Estación.- Jesús muere en la cruz
Fue largo tiempo de agonía. Cantidad de tormentos físicos, provocados por los clavos, la fiebre, la sed, la inmovilidad. Enormes sufrimientos morales, por la vergüenza, la humillación, el fracaso, la duda. Escondidos sufrimientos espirituales, por la crisis interior y el aparente abandono del Padre. Jesús experimenta la soledad más absoluta, la impotencia más radical, el agobio del que se siente abocado a la muerte, sin ninguna salida. Por eso, se rebela, grita, pide auxilio:”Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Posiblemente, en aquel momento trágico, Jesús no entendiera el sentido salvador de la cruz; pero lo acepta y se entrega. Cae en la cuenta del amor misericordioso del Padre, y le confía su ser y misión: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”
Jesús consuma la radicalidad el Amor: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos”. ¡Qué lección de confianza en Dios y de amor a los hombres!
Aviva, Señor, en nosotros tu espíritu de entrega para que, en medio de nuestros gritos de fracaso, renazca la esperanza en nuestro Padre-Dios.
14ª Estación.- Jesús es colocado en el sepulcro
El sepulcro es fin de la misión de Jesús, descanso de sus trabajos, silencio de su palabra.
Es satisfacción y triunfo de sus acusadores, y aparente fracaso y decepción de sus seguidores: Sólo ven la tumba, se obcecan con la tristeza de la siembra, no miran con esperanza, no intuyen la alegría de la cosecha: “¡Qué lentos y tardos de corazón para comprender lo que anunciaban las Escrituras: ¡el Mesías será entregado, padecerá, morirá, y resucitará!”. “Si el grano de trigo cae en tierra y muere, dará mucho fruto”, había dicho Jesús. Y ahora se hace realidad: su tumba fue plantada en el huerto, y al igual que la semilla, brotará y florecerá, dando el ciento por uno.
15ª Estación.- Jesús resucita de entre los muertos
“El primer día de la semana, de madrugada, fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. Encontraron corrida la losa, entraron y no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. No sabían qué pensar de aquello, cuando se les presentaron dos hombres con vestidos refulgentes; despavoridas, miraban al suelo, y ellos les dijeron: -¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Acordaos de lo que os dijo estando en Galilea: ‘Este Hombre tiene que ser entregado en manos de gente pecadora y ser crucificado, pero al tercer día resucitará’. Recodaron entonces sus palabras, volvieron del sepulcro y anunciaron todo esto a los Once y a los demás”.
“Los once discípulos fueron a Galilea, al monte donde Jesús los había citado: Al verlo se postraron ante él los mismos que antes habían dudado. Jesús se acercó y les habló así: -‘Se me ha dado plena autoridad en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todas las naciones, bautizadlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñadles a guardar todo lo que os he mandado; y sabed que yo estoy con vosotros cada día, hasta el fin del mundo”. (Lc. 24, 1-9; Mt. 28, 16-20)
Oración: Te pedimos, Dios, Padre misericordioso, que tu Espíritu nos acompañe para que vivamos de aquel mismo amor que movió a tu Hijo Jesús a entregarse a la muerte por la salvación del mundo. Por Jesucristo nuestro Señor, muerto y resucitado.