Los primeros misioneros agustinos llegaron a Japón el año 1602. Pronto abundaron las conversiones. A los pocos años, surgieron las vocaciones para la vida agustiniana. Hasta que estalló una violenta persecución contra los católicos que la naciente Iglesia japonesa supo afrontar con valentía. Fueron centenares los agustinos que entre 1617 y 1637 derramaron su sangre por confesar a Jesucristo. En 1617 fue decapitado Fernando de San José de Ayala. El agustino P. Pedro Zúñiga (presbítero, Beato) fue quemado vivo en 1622 y la misma suerte corrió, en 1632, el P. Bartolomé Gutiérrez, de origen mejicano. Con él, y varios mártires más, sufrieron la hoguera dos agustinos recoletos, el español Francisco de Jesús Terrero y el portugués Vicente de San Antonio Simoens.
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