LA VIRGEN MARÍA, MADRE DEL BUEN CONSEJO

(Del Misal de la Virgen y del Misal de la Orden)

Los fieles de todo el mundo invocan a la Virgen María como Madre del Buen Consejo, cuando rezan las Letanías del Rosario, ya que León XIII el 22 de abril de 1903 introdujo esta invocación en el formulario Lauretano. El culto a la Virgen María, Madre del Buen Consejo se difundió ampliamente desde la villa de Genazzano, cerca de Roma, donde hay un célebre santuario dedicado a ella, por obra de los agustinos.

El 25 de abril de 1467, fiesta de San Marcos, al caer la tarde, sucedió algo extraordinario en la iglesia que los agustinos estaban restaurando. Lo narraba así el agustino P. Ambrosio de Cori: “Una imagen de la Santa Virgen apareció milagrosamente sobre la pared de la iglesia” (un fresco de la Virgen, con el Niño en su regazo). A partir de este momento se suceden las peregrinaciones y se cuenta un número extraordinario de gracias y milagros por intercesión de María.

Con razón se atribuye a santa María el título de “madre del buen consejo”: es madre de Cristo, a quien Isaías llamó proféticamente “Maravilla de Consejero; vivió siempre guiada por el “Espíritu de consejo”, que la “protegió maravillosamente”; Dios la llenó “con la plenitud de los dones del Espíritu Santo”, entre los cuales destaca el “espíritu de sabiduría”.

La santísima Virgen es celebrada como Madre y Maestra que, enriquecida con el don de consejo, proclama de buen grado lo mismo que pregona la Sabiduría: “Yo poseo el buen consejo y el acierto / son mías la prudencia y el valor”. Estos dones los comparte gustosamente con los hijos y discípulos advirtiéndoles antes que nada que hagan lo que Cristo les diga. El buen consejo de María lo encontramos en las bodas de Caná: “Haced lo que él os diga” (Jn 2, 5).

María, primera seguidora de Jesucristo nos ofrece a Jesús como maestro, camino, verdad y vida.

San Agustín escribió: “Grande es en todo Santa María, pero más grande por ser discípula de Cristo que por ser madre del mismo Cristo. Bienaventurada es en todo Santa María, pero más feliz por llevar a Cristo en la mente que por engendrarlo en el vientre” (Sermón, 25, 7).

Pedimos a Dios el don de consejo “para que nos haga conocer lo que le es grato / y nos guíe en nuestras tareas”.

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